viernes, marzo 26, 2010

Acantilados de papel 288: El pintalabios


FICHA:
EL PINTALABIOS
de Rafaela Lillo, Manuela Maciá, Paqui Pérez Gallego, Maribel Romero Soler, Teresa Rubira Lorén, Mª Ángeles Salas Moneo y Mª Mercedes Tormo Muñoz
Edita: Visión Libros
Sevilla, 2009
Género: relato
Encuadernación: Rústica
ISBN: 978-84-9886-732-9
160 páginas.
Página del libro.
Portada: Mariam González
Prólogo de: Las autoras


COMENTARIO de Francisco Javier Illán Vivas.
Catorce relatos para darnos diferentes formas de ver un objeto tan femenino como un pintalabios, siete visiones diferentes, siete autoras que, como nos cuentan en el prólogo, se reúnen para tomar café y preparar proyectos, uno de ellos es este: escribir relatos que tengan como nexo común el pintalabios.

Porque un pintalabios, ahí donde lo ves, puede hacer que “Carmen ya no sea Carmen, sino la Bardot, Madonna, Scarlett Johansson... Su boca era un arco iris fluorescente”, y los labios femeninos una fuente en la que, por mucho que bebas, siempre seguirás teniendo sed. Esta es una novela que en mi biblioteca tengo entre “mis libros”; pero en estas historias no debemos olvidar que los pintalabios dejan manchas, “aquellas manchas de pintalabios calabaza, casi ocre, que su jefe luce en la parte interior del cuello de la camisa y con ese efluvio de su cuerpo a chirimoya”, demasiado delatador para pasar desapercibido, incluso para el lector menos incisivo. Y estos dos fragmentos son de los primeros relatos, los de Rafaela Lillo.

Las autoras nos dicen que en estos relatos han querido plasmar injusticias, represiones, venganzas, anhelos, solidaridad y libertades. Y así debemos entenderlo, porque un pintalabios también puede producir, al contacto con al piel, “un presentimiento, una sensación de mal agüero que apenas duró un chasquido”, pero también un rescate, porque rescatando del olvido un pintalabios- con una secreta historia que necesita ser contada- una mujer se esté rescatando a ella misma de ese olvido, como nos demuestran los dos relatos de Manuela Maciá.

Paqui Pérez Gallego nos da razones para no usar el pintalabios nunca, descubriéndonos el origen de muchos de ellos en la mica, ese mineral que sirve para fabricar barras de labios y sombras de ojos. Razones diferentes a las de Alina, pero como en aquella otra historia, el amor es el origen de una decisión, en este caso, de no necesitar nunca más el pintalabios.

Maribel Romero Soler comienza con un relato de magia, la búsqueda de la felicidad, digamos que otra vez, de recuperar al amor perdido, aunque las consecuencias de un acto de magia pueden ser inesperadas... aunque el final sea el mismo: la estabilidad emocional y económica. Y nos desvela que el pintalabios también puede guardar secretos, algunos no tan confesables, como el que guardaba el de Juanita, ese personaje que vivía encerrado en una habitación y que aparecía en las estivales siestas.

El pintalabios, siempre delator, más que confidente, buscando dejar su huella en las camisas masculinas, para martirio de la amante esposa, así nos lo presenta Teresa Rubira en el primero, y breve, de sus relatos. El pintalabios, objeto de deseo, demonio embaucador, capaz de hacernos creer que hay otra mujer al otro lado del espejo, como le ocurre a Rosa, cuyo frenesí la lleva a buscar en los bolsos de todas sus alumnas, para...

El pintalabios también puede despertar el odio latente, como nos cuenta Mª Ángeles Salas, cuando Marta buscó el ayer en una mirada, y sólo encontró unas fuertes manos colocándole las esposas. O puede provocar tal pánico a su rojo color que lleven a la protagonista del siguiente relato a encontrar el infierno, cuando creía que podía huir de él.

Pintalabios, color, textura, triunfo, amuleto, todo ello es lo que representa para Pepa, quien sabe que todos sus males desaparecerían si mañana su hijo no la llevara a la residencia de ancianos. O, una vez más, ser la huella de la infidelidad, relatos con los que concluye Mª Mercedes Tormo.

Relatos con los que he descubierto, como ellas pedían, a siete mujeres, mientras disfrutaba de las catorce formas diferentes de ver un mismo objeto.

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