sábado, enero 08, 2011

Acantilados de papel, 332: Ante el umbral

FICHA:
ANTE EL UMBRAL

de José Luis Zerón Huguet
Edita: Instituto alicantino de cultural Juan Gil-Albert
Alicante, diciembre de 2009
Género: poesía
Encuadernación: Rústica
ISBN:
978-84-7784-558-4
60 páginas. 9 euros
Página del autor.


COMENTARIO de Rafael Morales Barba

Poca duda cabe de que la poderosa perspectiva que insufló a la tradición esencial española la poética de José Ángel Valente ha abierto paulatinamente diferentes vías, aunque a todo ello una importante armada lírica desolada extranjera, conocida tardíamente, colaborara de forma fundamental. Desde lo peninsular han existido miradas más o menos miméticas con el orensano, aún en su indudable calidad y personalidad diferenciada, como las representadas por Ada Salas, junto a otras más influidas por poéticas anglosajonas, hasta las que desembocan en el lanzarotismo de Andrés Sánchez Robayna o Melchor López. Poéticas de la sed, de la desolación, del páramo o la estepa (Jordi Doce) se reúnen en sus variantes con las perspectivas más o menos provenientes de Wallace Stevens, Francis Ponge, Yves Bonnefoy entre muchos nombres difícilmente detallables en este momento. Lo cierto es que toda esta atención pensativa sobre la precariedad de ser, o la reconvención existencial desde lenguajes depurados, más o menos alejados del realismo, han generado una autopista por donde confluyen nombres de diferentes generaciones, desde Jenaro Talens a Antonio Moreno o los ya no tan jóvenes poetas de La otra joven poesía española. O esta estupenda mirada de José Luis Zerón Huguet, muy atenta a la actualidad sabia en el saber entremezclar en un mismo libro el poema en verso y poema en prosa, tan de actualidad. Proemas los denominó Octavio Paz siguiendo aplicadamente la nomenclatura de Francis Ponge, un gran ensimismado, aunque a este se le recuerde menos en este sentido. La reutilización del invento o propuesta de Charles Baudelaire, el proema, está así tomando plaza en España con mucho talento desde aquel desolador Tinta de Sánchez Robayna (entre otros), o desde quien ahora abordamos en su escueta propuesta. Sí, una escueta aventura la de Zerón Huguet: por breve en este sentido, pues los textos del colofón despiertan un apetito no saciado ante la numerosa presencia de poemas en versos con los que dialogan desde el mismo terraplén existencialista.

Poesía esencial desgarrada, crispada, huérfana, atada al desamparo de la casa del lenguaje, a la insoportable levedad del ser, por decirlo con Kundera. Zerón Huguet se sitúa así en este nuevo barroco de cuna y sepultura desde esta perspectiva del desierto, todavía más dura e inclemente que la de los espléndidos Sonnets de la mort de Jean de Sponde (1557-1595), donde el barroco calvinista francés reflexiona trágicamente sobre la liviandad de la vida, con esa doble perspectiva reflexiva y vitalista simultáneamente, Vivez, hommes,vivez, mais si faut-il mourir (Vivid, hombres, vivid, hay que morir). Es consecuentemente un poeta de su momento histórico o del fin de un episodio del mismo, que lleva impregnando la lírica occidental hacia la mirada desolada. Pues José Luis Zerón es imantado, como tantos compañeros de su promoción, por ese desasosiego logosófico sin Dios, nihilista, extremo en su precipicio de angustias. Y para ello deja angustiados interrogantes y todo un léxico: Implorar, la muerte, las ruinas, los derrumbes, el sacrificio vano, el oceánico silencio de Dios o el desierto de Edmond Jabès, en búsqueda de esa desnudez de la palabra que indaga hasta alcanzar la pared del hueso, la desretorización suprema hasta desencadenar el horror de la calavera que recuerda el sic transit opera mundi, ya sin reconvención moral, sino acercando ese mundo hermenéutico descrito magníficamente por Fernando Pessoa en el Regreso de los dioses. Que Alejandra Pizzarnik, generadora en buena medida del aforismo actual desconsolado, sea uno de los nombres de referencia del buen poeta oriolano, no deja de avisar sobre cuáles son las veredas del verso desnudo del levantino en su revisión de las poéticas del silencio. Valentiana propuesta en buena medida, pero con la distancia de la personalidad propia por encima de los lenguajes, pues ha pasado el tiempo y el venero ha sufrido modulaciones hacia posiciones más cálidas, menos minimalistas o pseudomísticas, para acercarse a una poética de la soledad, más que de la sed, como demuestra bien el espléndido Cosechador de hojarascas. Una menor asepsia, menor hermetismo y mayor emotividad han cuajado en esta reformulación a pesar del horror de fondo. Así se nos invita en otro espléndido poema a perderse en los laberintos y en la respiración del paisaje (Vive en la respiración del paisaje, textualmente), pero no solamente. Acimez modulada, como ocurre en Antonio Moreno, de un insatisfecho que resiste y no desea que su ojo se acostumbre a las pudriciones.

Ensimismamiento compungido, en efecto, pero a pesar de la existencia de un poema a Narciso, no se perpetúa en el viejo narcisismo de los desolados impúdicos, siempre restregándose en el dolor como aliviadero, aunque este imán sea el venero. Continúe Huguet Zerón o no la poética de la intemperie, continúe o no la cercanía al precipicio o a la nada desde este despotismo del nihil, angustiado, ensimismado y ajeno al otro, lo cierto es que la vieja propuesta de los 70 sigue produciendo buenos libros, o proponiendo poetas que, a tenor de lo visto, deberían tener mayor presencia en la escena lírica española. En el caso de José Luis Zerón Huguet resulta tan obvio como su modernidad atenta. A veces casi implicada en el metapoema, como en
Emboscado en el poema significo, donde el peregrino aspira, a pesar del compungimiento que se ha apoderado malignamente de él y casi arrastrado a la melancolía, a la esperanza de los náufragos. Aquella diosa denostada por Durero y retratada por Richard Burton (a La alegría de los naufragios dijo Ungaretti), pero reformulándola en ocasiones hacia esas pequeñas salidas, aunque sean laberintos, o no se atreva a cantar la alegría desde el dolor en el sentido que Beethoven o José Hierro propusieron. El buen poeta que es José Luis Zerón tiende todavía a cierto clasicismo esencial, aunque surjan tímidamente otros derroteros desde un insorteable buen hacer diferente, que no desea esas pudriciones, que a veces es comedidamente expresionista desde los interrogantes retóricos. Y no sólo. Pues tras la aguda hiperestesia de ser, tras la conmoción o las acusaciones a la palabra por mentirosa, surgen tímidamente los consuelos, el abrazar con la mirada los lagos, pues los tiempos están cambiando.

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