domingo, agosto 12, 2012

Acantilados de papel, 421: Bajo el agua

Alberto Infante Campos
Bajo el agua.
Ediciones Endymion
Madrid, 2011

El pasado julio, Pablo Méndez, editor de Ediciones Vitruvio, me presentó a Alberto Infante, el poeta- pues nos encontrábamos en un festival de poesía- y antólogo de poetas. Y supe en ese momento, aunque me estaba dedicando Los poemas de Massachusetts, que también había publicado una novela, Bajo el agua, su primera novela, que toma el título, al menos así lo ve quien esto escribe, de lo acontecido a uno de los personajes, Arcadio, en el primer capítulo.

Una novela que, como señala la contraportada, podemos leer de muchas maneras. Tal es así que al principio, la evolución personal de un grupo de jóvenes- Ignacio, Samuel, el citado Arcadio, Virgilio, Pepe, Miguel y el Gordo Ruíz, a quien se les une después Felipe- me parecio una sucesión de relatos más o menos independientes, pero que conforme iba pasando las páginas adquiría una unidad narrativa que me llevó casi sin percatarme hasta el final. Un final que el rector del colegio católico donde se conocieron, ya les vaticinó: “sintáis lo que sintáis ahora, cuando pase el tiempo la mayoría de vosotros dirá que estos fueron los mejores años de vuestra vida” (Pág. 135), algo que es común a muchos de quines nacimos en esos años en que los irreales personales también se supone que vinieron a este mundo.

Y eso que, a lo largo de la novela, también se siente ese aura de que todo lo pasado fue mejor. Seguramente no lo fue, pero en aquellos años éramos tan jóvenes, que “muchos de aquellos recuerdos se han ido, desfigurándose, difuminando poco a poco, aunque la mayoría de los sentimientos asociados a ellos siguen tan vivos, algunos más incluso que entonces” (Pág 122) y eso hace que el dulce pájaro de la juventud no cese en su revoloteo, sobre todo cuando los personajes, y nosotros, los lectores y lectoras, frisamos la cincuentena.

Alberto Infante también nos va describiendo, junto a la evolución personal de los personajes, la transformación del Madrid que les tocó vivir, de la opresiva sociedad cuartelaria ("más de tres, reunión ilegal. Más de cinco, asociación ilícita"- pág. 107), y de los aires de libertad que se respiraba más allá de los Pirineos, y todo ello siempre escrito desde el recuerdo, aunque en algún momento, los personajes puedan creer que no logran, “por mucho que escarba, extraer muchos recuerdos alegres sobre el tránsito de la infancia a la adolescencia”. (Pág. 95).

He citado entre los personajes a Samuel, a quien encontraremos al principio de la narración, y en el capítulo final, y es él, en el inesperado final, el desencadenante de que Ignacio nos cuente lo ocurrido bajo el agua.


Francisco Javier Illán Vivas

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