LOS ADOLESCENTES FURTIVOS
de Toni Quero
Edita: Cap Béar Editions
Perpignan, marzo de 2010
136 páginas.
Página del autor.
Prólogo de Pere Gimferrer.
Traducción: Renada-Lauda Portet
COMENTARIO DE Fulgencio Martínez
El libro Los adolescentes furtivos, de Toni Quero (Sabadell, 1978), sorprende por su música verbal y su ritmo emotivo, que nos hace volver a sentir el enamoramiento de la poesía que leímos en los años 70 del siglo XX (Aleixandre, Carnero, Pere Gimferrer).
Leyendo la primera sección de Los adolescentes furtivos nos viene una cierta sensación de dejá lu que se mezcla con la alegría de redescubrir, en el libro, la gracia de la Poesía que nos enamoró siendo adolescentes. Me quedo, como lector, con este regalo gozoso, que me devuelve la revelación de la palabra poética. No es poca cosa, hoy en que legión de poetas “jóvenes” escriben, sin estar dotados para el ritmo y a trompicones, “poesía joven” aunque hayan cumplido más de treinta años. Pero, en el caso de Toni Quero, el clisé se nos cae: ya en una primera lectura seguida de su libro, captamos el esfuerzo de un poeta de verdad: la autenticidad de su voz se revela por la respiración de fondo que acompaña nuestra escucha de Los adolescentes furtivos. Esa autenticidad le da una segunda lectura, que no necesariamente ha de coincidir con la primera, más externa e impactante.
Las notas que siguen son mi pesquisa en el estrato de fondo de esta poesía; están guiadas por el intento de explicarme la originalidad de su autor, que descubro de primeras, a la vez que me viene envuelta en una impresión de deja lu.
No anticipo que dicha impresión sea un demérito: al contrario; podría ser un gran acierto el de esta poesía el provocar la actualidad de la mejor. Es claro, sin embargo, que, para mi análisis, esto complica y hasta cierto punto oculta el ver lo propio del poeta Antonio Quero.
Partiré de un poema, “Sabadell”, que quizá no es central en el imaginario del libro (levantado sobre el viaje de los adolescentes furtivos, en busca de lo desconocido, del otro lado, siempre, de este aquí limitador; en busca de la belleza y de ciudades fantásticas, literarias (literaturizadas) como Venecia, París... El libro se abre con una cita de Rimbaud, que ejemplica bien ese afán de huída pero, a la vez, de inquietud y búsqueda de una identidad más real, más plena; también, la angustia y el remordimiento por detenerse, y vacilar en ir hacia lo nuevo. Lejos de una fútil evasión, el libro, pues, se plantea nada menos que como una metáfora del espíritu y de la poesía moderna).
El poema “Sabadell”, “mi vieja ciudad de plomo”, “allí fue todo”, dice Quero. De la serie dedicada a ciudades y lugares emblemáticos para el poeta (Oporto, París, Venecia, Pontedeume), este poema es el que pone el comienzo del acento personal de Toni Quero, y donde se trenza el hilo que va a acompañarle por los laberintos de su búsqueda. Las referencias al Minotauro y a la memoria, que aparecen en poemas anteriores, cobran sentido tras este poema-evocación de las señas identitarias del poeta. Porque, en el fondo, la búsqueda del héroe adolescente de su identidad, es también la búsqueda en sí mismo del poeta, por realizarse como tal.
El poema titulado “Ser poeta”, “ser Rimbaud”, “ser invisible”, enfrentado a “la página en blanco”, “a la luz eléctrica”, lo dice claro: ese afán de huir en busca del otro es, sobre todo, una fijación del sueño adolescente de ser Rimbaud, de ser poeta; de la que hay que desprenderse, y no, para realizarlo con una carga propia. Afirmándose en la parte de ensoñación que es negada por lo real, en la disponibilidad del yo. (Je suis un autre, dijo radicalmente el autor de “Iluminaciones”; el extrañamiento constante, la dialéctica negativa que destruye, en sí misma, la posibilidad de afianzarse el yo en un otro definitivo, aunque este sea el mismo “Rimbaud”, y que se resuelve en una huida interminable...)
Quero nos hace patente esta contradicción, que da juego a su poemario.
Así, un tercer poema que destacamos del libro “Albada”, que contiene una reflexión de despedida tras un encuentro amoroso, trasunto renovado de la tradición romancesca, dice, en su arranque:
El temblor del alba,
pedazos de memoria interrumpida,
desamordazaba los cuerpos
entregados a la noche.
Y termina, con estos versos extraordinarios:
No retornarme nunca.
La brisa ondea el vello
y el húmedo cauce de sus labios.
Una centella anuncia el día.
La siega afeita campos y pestañas.
La condición del poeta asumida con madurez, y la despedida de las máscaras “furtivas” es -creemos- la verdad poética que se nos cuenta en el libro. En uno de los últimos poemas, de título mallarmeano, “El azur”, se permite el poeta mirar más allá, y retrospectivamente, con piedad, a sí mismo y a los dioses o ídolos de esa extraña religión moderna, ultrarromántica, de la huída al infinito y del prurito solipsista de lo otro.
“Enmudece tus labios ante los amados por los dioses. Apiádate de ellos
tanto como de los que son perseguidos”.
Para nosotros, ahí empezaría una poesía no solipsista, actual, volcada cordialmente hacia la alteridad.
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