lunes, marzo 21, 2011

El test de Turing y la energía nuclear


El test de Turing se usa para distinguir la inteligencia humana de la de una máquina. En una conversación a ciegas (por ejemplo, en un chat) está capacitada la máquina para seguir con un interlocutor humano una conversación coherente, ¿inteligente? Nunca podemos estar seguros de no estar charlando con una máquina, mientras nos siga ésta dando respuestas lógicas. Hasta que le comentamos: Hoy he visto llover hacia arriba. Y la bella maquinita responde: ¿Y llovía mucho? Ante una incoherencia dicha adrede, contesta de forma lógica. Luego, estoy hablando con un amasijo de cables.

Ocurre, pues, que la inteligencia humana es algo más que coherencia formal, reglas lógicas, protocolos de lenguaje; es (somos) conciencia, razón, sentimiento y, algo muy básico: sentido común. Aquel buen sentido que decía Descartes.

La supuesta inteligencia de la máquina, ante la prueba de la frase absurda, sacrifica a la coherencia, programada en su lenguaje no autoconsciente, el sentido común y aquellas características racionales propias del ser humano y necesarias para un auténtico diálogo. Por desgracia, en el siglo en que vamos el sentido común parece que desaparece a grandes pasos, y por tanto la última diferencia con las máquinas 'inteligentes', o sea, estúpidas, tiende a eliminarse. Si no, ¿cómo se explica que se haya construido centrales nucleares en un precipicio sísmico como es Japón?

Vivimos en un mundo que ha perdido el sentido. Algunos sigan llamando a esto debate ideológico, cuando es una cosa de sentido común. Estamos literalmente achantados por el ídolo de la coherencia económica. Qué bien les viene el riesgo a las empresas y a los lobbies nucleares: en caso de no darse el nunca imposible accidente, a pesar de todas las medidas técnicas, hacen pingües ganancias; si llega el caso de un desastre, en que ha coadyuvado la negligencia, el negocio y una ciencia sin sentido común, acéfala, para eso están los gobiernos, los medios de comunicación, incluso los inermes ciudadanos que disfrutarán colgando vídeos y fotos, minirrelatos también acéfalos, sin ningún sentido crítico ante lo que está pasando ante sus ojos.

A finales del siglo pasado, Derrida, Lyotard hablaban de la muerte de los grandes relatos. Se referían a los grandes mitos de nuestra civilización ilustrada, occidental: como el progreso, la utopía social, la justicia, pero también la metafísica y la ciencia en el sentido en que la tomamos de los griegos. Hoy asistimos a la decadencia y muerte de los múltiples pequeños relatos en que cada medio y ya cada quien encierra el mundo en imágenes, sin pregunta alguna por el sentido. Los medios nos atiborran estos días con impactantes imágenes, de guerra (en Libia), de desastres naturales y de los otros, del sentido común (en Japón), y creen que eso es comunicar: que son medios de comunicación. Son máquinas.

Hoy la cuestión sobre las nucleares debería también extenderse sobre esa ciencia desprovista de sentido, desarraigada de un orden humano y de su origen, y cuyo diseño económico y cuya planta de plástico descerebrado tan bien, y tan ventajosamente, copió el extremo Occidente, Japón, y que hoy ha desbancado en el mundo global a la Ciencia.

Fulgencio Martínez

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