sábado, abril 09, 2011

Acantilados de papel, 351: España sufre


Carlos Morla Lynch
España sufre
Renacimiento, 2008

Carlos Morla Lynch llega a Madrid en 1928, destinado a la Embajada de Chile. Profesionalmente es diplomático y viene de París, después de unos años en los que se ha sentido muy a gusto en Francia. La muerte de su hija propiciará que el cambio de destino sea deseable.

Es un hombre culto, amante de la música y de cualquier manifestación artística. Tiene curiosidad por todo y todos. Su inmersión en España es una especie de enamoramiento de la mano del que será su gran amigo, Federico García Lorca. Siguiendo su diario, costumbre que no abandonará nunca, nos introducirá en una España compleja, gozosa y culta de la que Morla se siente partícipe. Lo contará con la emoción de quien fue consciente de lo que esos años (28-36) significarán para este país, sin dejar de anotar la violencia de lo que cada vez más teme: que la confrontación de ideas desemboque en tragedia. No se equivocó.

Este su primer diario, En España con Federico García Lorca (28-36), muestra pues su deslumbramiento por España y los españoles. No faltará nadie: políticos, toreros, intelectuales…Son conocidos suyos, y las reuniones de poetas y artistas en su casa, nos darán una idea de la convivencia y creatividad del momento. Finaliza con la sublevación militar, mientras se encuentra de vacaciones en Alicante. La confusión en estos primeros días será grande y paradójicamente tomará una decisión: no se quiere ir de España y menos en estas circunstancias.

El regreso a Madrid estará lleno de dificultades y finalizará sus anotaciones con la tristeza de lo que ya es cierto: España sufre.

Durante toda la guerra civil, Carlos Morla y su familia, mujer e hijo, permanecerán en Madrid. Muchos, los que pudieron, se fueron alarmados ante el caos.

Aunque tenía pasaporte diplomático, el desconocimiento en ocasiones, de lo que éste representaba y los límites que podía alcanzar, le pusieron en situaciones a veces extremas. Nunca abandonará su actitud resolutiva y el distanciamiento que por nacionalidad y estatus tenía, los olvidará con frecuencia, arrastrado por el dramatismo de los acontecimientos.

Este diplomático chileno se hace cronista de nuestra guerra, a partir de las notas que va haciendo en sus diarios, sobre hechos y personas, convirtiéndose en testigo privilegiado y, a su vez, protagonista de nuestra historia. En ocasiones, la casi instantaneidad de lo narrado y su aparente falta de estilo, marcado por la espontaneidad y el secreto de lo privado, sorprenden al lector. Sólo parece guiarle que nada quede en el olvido. Estas reflexiones puntuales serán certeras y definitivos sus retratos.

Al igual que Carlos Morla, atrapado en nuestra guerra civil e impelido a contarla en su diario, el americano y corresponsal radiofónico en Berlín, William Shirer, hará lo mismo con sus apuntes en los años decisivos de 1936 a 1941, en el que forzosamente tendrá que marcharse de Alemania. No todo podía decirlo en sus crónicas emitidas por la radio y tan escuchadas en su momento. por lo que su diario quedará para anotar el otro lado de la noticia.

Cuando el alemán, Víctor Klemperer, profesor universitario y judío, nos cuente su odisea de los años terribles del poder nazi en Alemania, también por medio de un diario, no dejaremos de estremecernos, pues, pese a la apariencia humilde del medio, la autenticidad y hondura de lo contado lo acercarán a los clásicos, No será un libro más de historia, es el día a día de un hombre que para sobrevivir a los acontecimientos, acudirá a la lectura cotidiana en voz alta. Pese a la sucesión in crescendo del horror, no abandonará esta costumbre y su diario.

Volvamos a Carlos Morla y al Madrid sitiado. Su función como diplomático en la embajada de Chile, así como su implicación personal, nos dará una perspectiva tan inusual, que compartiremos el transcurrir de la guerra, la angustia, el hambre y las ideas, en tiempos de urgencia.

Comienza su segundo diario el 25 de julio del 36. La situación es dramática, y su perplejidad grande, cuando le llega una carta a Alicante de su embajada en Madrid con la pregunta, desconcertante para él, si se quiere marchar de España. También le llegan otras: de Paquito Sola, guardia de circulación, y de Eusebio, el criado. Los dos manifiestan su temor ante el caos de los primeros días y se observa la relación cercana que tienen con él.

En estos primeros días anotará: Yo deseo el triunfo del Gobierno y del Frente Popular, pero no de la anarquía.

Su embajador, Núñez Morgado, ha empezado a acoger refugiados en la embajada y será nombrado Decano del Cuerpo Diplomático. Inglaterra y Turquía no quisieron asilados, Francia sólo al comienzo y el resto de las delegaciones extranjeras tuvieron una actitud irregular, salvo Rumanía.

Los tres años de la guerra, Morla vivirá con la preocupación del abastecimiento no sólo para los refugiados de la embajada, sino también para los que viven en su propia casa por lo que implicará a su mujer e hijo, Las bombas le obligarán a cambiar de vivienda, y sólo le reconfortarán sus paseos en solitario por un Madrid hambriento y resistente. Mantendrá siempre una actitud abierta hacia los desconocidos y el deseo de una posible conversación con éstos. Nunca abandonará su gusto por el teatro y el espectáculo: ...hay milicianos, rifles y bayonetas y un gran desorden.

En ocasiones, pasa de un estado emocional equilibrado a la congoja más absoluta. Sus continuas visitas a los políticos que quedan en Madrid, ya que el gobierno se encuentra en Valencia, reflejan, con una cercanía dolorosa, las incertidumbres y el dramatismo del momento.

Desde el comienzo del diario, las noticias que le llegan del asesinato de su querido amigo Federico García Lorca, nunca con certeza, le mantendrán en el escepticismo de que un hecho tan terrible pueda ser cierto.

Su preocupación mayor será que los refugiados puedan salir de España y las continuas gestiones con los responsables, estarán marcadas por la seguridad de éstos y el posible exilio.
El será el responsable, puesto que su embajador, a los pocos meses del inicio de la guerra, se había marchado.

La vida y la muerte, el miedo y la exaltada valentía, las pasiones, la ingratitud, la piedad y el olvido…, aparecen en tan innumerables personajes, arrojados a una situación extrema, y por tanto despojados de toda apariencia, que nos hace asistir a una representación más de la tragedia humana.

Los últimas semanas de la guerra en Madrid serán terribles, por lo que cuando termina el diario y anota que encima de su escritorio, alguien le ha dejado un libro cuyo título es El hombre solo, entenderemos que sus ultimas palabras sean para decir que envía el último telegrama a Chile, donde confirma que la guerra ha terminado.



Carlos Morla Lynch permaneció un año y medio más en España, acogiendo en la embajada de Chile, a refugiados por la represión de los vencedores.

Tuvo que soportar que su admirado poeta y no tan admirado amigo, Pablo Neruda, dijese que Miguel Hernández no fue acogido por Chile, lo que desmintió rotundamente.


Caty García Cerdán
Cortesía de Ágora, papeles de arte gramático

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