domingo, febrero 10, 2013

Acantilados de papel, 475: Enclave de barro


Antonio Marín Albalate
Enclave de barro
Huerga & Fierro Editores, 2011

Nada mejor para amenizar los ratos de espera que tener a mano uno de esos libros de poesía de poco volumen. Son, además, una buena opción en el interior del bolso femenino, así como en un pequeño rincón de la mochila camino del instituto o de la universidad; y también, cómo no, en la mesilla de sobremesa, junto a otras lecturas. 

Siempre están ahí, tentándonos a abrirlos por cualquiera de sus páginas, e induciéndonos, una vez abiertos, a releer aquellos versos que en su momento más nos iluminaron, nos llamaron a la reflexión o nos emocionaron por vernos quizá identificados en ellos.

Enclave de barro es uno de esos libros y, de vez en cuando, asoma por el bolsillo interior de mi propio bolso. En su poesía, Antonio Marín Albalate no solo desnuda su alma, sino que parece comulgar con la del lector, formando una especie de conexión entre ambas. 

En una ocasión declaré mi dificultad para opinar sobre poéticas ajenas, y por eso no es mi intención extenderme más allá de lo que mi bagaje poético me aconseja; sin embargo, tengo la absoluta certeza de que, cuando pongo en mi voz el nombre de Antonio Marín Albalate, pongo el de la poesía; si nombro lo bello, pienso en su prosa. Amplio es su currículum como poeta, y amplia su dedicación a prologar y divulgar a otros poetas. Mentiría si dijera que he leído toda su obra, pero no cuando afirmo que lo que he leído de ella me ha dejado huella. Enclave de barro fue mi última lectura del autor y, como en anteriores ocasiones, los versos que en ella se dibujan me llevan a sentir sus trazos. Con estos que transcribo a continuación da comienzo la obra que hoy comento, pero también el inicio de la desnudez del sentimiento propio y, a la vez, ajeno:


Del barro de hombre que soy,
lágrimas lloro.

Mira, mujer, cómo lo pongo
todo perdido; cómo todo
se pierde llorando.

Mira esta soledad de ropa vieja,
que muestra el miedo.

Lola Estal

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