Manuel Moyano Ortega, nacido en Córdoba en 1963, reside en Molina de Segura desde 1991. Ingeniero, desde su primer libro El amigo de Kafka (2001), se mostró como un excelente narrador, y ha ido mezclando los libros de cuentos o relatos con ensayos y libros de viajes. Hace pocas fechas ha publicado su último libro, La coartada del diablo, que es su primera novela, y con ella ha ganado el prestigioso premio Tristana de novela fantástica.
Por que en su narrativa se mezcla la literatura realista con la literatura fantástica.
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Los premios literarios no son algo nuevo para ti, ya con tu primer libro, El amigo de Kafka, obtuviste el Premio Tigre Juan.
No creo que los premios sean algo imprescindible para desarrollar una –llamémosla así– carrera literaria, pero sin duda son importantes para un escritor, más aún para un escritor inseguro como yo, ya que ayudan a marcarle el camino, a hacerle creer que no anda tan errado en tus propuestas. Además, en un mundo tan competitivo como es actualmente el de la literatura, un premio te ayuda a sacar un poco la cabeza por encima de la masa de aspirantes a literatos que es lo que, a fin de cuentas, somos todos los que nos dedicamos a esto. En cuanto al Tigre Juan en concreto, fue para mí una de las sorpresas más gratas que me he llevado en mi vida, puesto que es un premio bastante prestigioso y ni siquiera sabía que concurría a él: me presentó el editor.
Pero nuevo sí es escribir novela. Siempre te hemos oído decir que te costaba mantener el ritmo. Ahora, tras los resultados, lo has conseguido y con creces.
Más que el ritmo, lo que me costaba era mantener la confianza en la propia novela. Pasadas unas cuantas decenas de páginas, siempre me invade el temor a estar escribiendo una estupidez, algo sin valor. En esta ocasión logré resistir, aunque tuve un parón en mitad del proceso que casi da al traste con la novela. Por otro lado, observarás que es un libro más bien corto: al tener la meta bien a la vista, fui capaz de aguantar hasta el final.
Y te inicias en la novela con una historia tenebrosa, que hasta ha sido definida como de horror, en un enigmático pueblo, trepidante hasta ese final sorprendente.
Para que la novela me gustara y divirtiera, tenía que contener una serie de elementos que me resultaran gratos, y ahí están: el ambiente rural propio de la novelística española de mediados del siglo pasado, la galería de personajes hiperbólicos y esperpénticos, la nota antropológica y exótica que ponen los “bubos”, unos apuntes de mi propia filosofía de la vida, el elemento fantástico, humor y horror a partes iguales. Reconozco que hay algunas escenas pasadas de rosca –la cópula salvaje entre “bubos” o el empalamiento de la niña– que me hacían dudar sobre la conveniencia de publicar la novela. Pero a ninguno de sus lectores parecen haberle escandalizado en exceso: hoy estamos curados de espanto.
¿Por qué te decidiste a narrarla de forma epistolar?
Se trataba de mi primera novela y quise buscar un mecanismo que me diera a mí mismo fluidez a la hora de escribir. Lo encontré en un consejo de Robert Louis Stevenson, quien dijo que la mejor forma de escribir un libro era haciéndolo primero en forma de cartas dirigidas a alguien que nos interesase. Yo elegí a un primo mío con el que siempre he mantenido un contacto estrecho y con quien nos carteábamos en la adolescencia. El consejo de Stevenson resultó ser eficaz: por alguna razón, se escribe con mayor facilidad cuando se hace bajo el formato de una carta.
Fernando Savater afirma que La coartada del diablo tiene un cierto aire lovecraftiano, aunque transcurre en nuestro paisaje.
Trasplantar el mundo de Howard Phillips Lovecraft de la lejana Nueva Inglaterra a nuestro suelo ha sido siempre uno de mis propósitos literarios. Supongo que no se trata de un propósito especialmente grandioso o profundo, pero es que –confesémoslo– Lovecraft es uno de los autores con los que más he disfrutado en mi vida. Ahora bien, aquí no aparece Cthulhu ni ningún miembro de su panteón. El parecido que detecta Savater tal vez se deba más a la atmósfera o al uso de determinados adjetivos (por ejemplo, he empleado deliberadamente el epíteto “retorcido” para referirme a algún árbol, en claro homenaje a Lovecraft).
¿Encontraremos semejanzas entre el enigmático pueblo de tu novela y el Arkham de Lovecraft?
Por lo que te decía antes, no demasiadas, salvo por la atmósfera ominosa. Manfraque es un lugar demasiado español y castizo para confundirse con las blancas casas de estilo victoriano que flanquean las calles de Arkham. Es posible que sí tenga más semejanza con Innsmouth, la ciudad costera habitada por misteriosos series anfibios que alguna similitud podrían tener con los “M”.
Aún lo dicho anteriormente, La coartada del diablo no olvida esos toques especiales que sueles dar a tus relatos y tus ensayos: ambiente muy rural y personajes de aquí –y con esto quiero decir de nuestra cultura– donde afloran el atavismo y lo telúrico.
Pero es que somos de aquí, de España, y, aunque yo mismo lo he hecho, no deja de resultarme algunas veces una impostura el emplear personajes y ambientes norteamericanos, lo que puede llevar a caer en la imitación. Por otro lado, habiéndome criado toda la vida en ciudades, siempre he sentido una atracción irresistible y romántica por la vida rural, tal vez porque he podido verla como testigo, y no como protagonista. Sin duda, en ello tienen mucho peso los viajes que hacía en compañía de mis padres en los años 60 y 70 y que a veces me permitían asomarme a la España profunda.
En tu obra propones la disolución de fronteras entre la literatura realista y la literatura fantástica. En La coartada del diablo encuentro una oscura niebla que tapa la línea que separa lo fantástico de lo cotidiano.
Hasta hace poco yo desconocía la siguiente distinción, que me desveló nuestro común amigo Luis Alberto de Cuenca. Está, por un lado, el “fantasy”, género en que todo se enclava desde el principio en el ámbito de lo fabuloso, siendo éste el presupuesto del que parte el lector; sería el caso, creo, de tu novela, La cólera de Nébulos. Por otro lado, está el género “fantástico” propiamente dicho, que tiende a introducir elementos fantásticos en un ambiente cotidiano. Éste es, desde luego, el género en el que me inscribo yo. Es decir: revestir de un ropaje cotidiano lo inverosímil, de tal modo que llegue a parecernos verosímil, lo cual, si se consigue, produce un gran efecto. Por otro lado, nuestra vida es “fantástica” en más de un sentido (somos seres pluricelulares que se han organizado en sociedad y habitan un minúsculo planeta en los flecos de una galaxia); de ahí que me parezca que las fronteras entre lo realista y lo fantástico están diluidas per se.
Una última pregunta. Si lo ha hecho, ¿en qué te ha cambiado el premio Tristana de novela fantástica?
No me han salido alas, ni he adquirido poderes paranormales, pero sí me ha dado más seguridad en mí mismo como escritor y, por tanto, más serenidad como persona. Pese a todo lo que se diga en contra, yo creo que, en general, el éxito en cualquier grado nos hace mejores, nos reconcilia más con el mundo. En otro sentido, el premio me ayudará en mi cruzada personal contra la secular minusvaloración del género fantástico en nuestro país. No soy un fanático de esa literatura, pero no dejo pensar que en España, debido al tremendo lastre del realismo, jamás habrían podido ver la luz obras maestras de la literatura como Viajes de Gulliver, Frankenstein, El Dr. Jekyll y Mr. Hyde, Aventuras de Arthur Gordon Pym, El retrato de Dorian Gray o La máquina del tiempo, por citar algunas, y eludiendo enumerar las que entran en el terreno de la ciencia-ficción o del fantasy. Todas ellas, por cierto, han sido escritas por anglosajones.
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