MIGUEL HERNÁNDEZ.
PASIONES, CÁRCEL Y MUERTE DE UN POETA
JOSÉ LUIS FERRIS. Temas de Hoy. Ediciones Planeta. Madrid.
2ª Edición revisada. 2010.
COMENTARIO de Fulgencio Martínez
En 2002 publicó José Luis Ferris (Alicante, 1960) la primera versión de esta biografía del poeta Miguel Hernández, que ahora presenta actualizada y ampliada. El autor, licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Salamanca y Doctor en Literatura Española por la Universidad de Alicante, es profesor universitario, novelista y poeta (Accésit del prestigioso Premio Adonais, con Cetro de cal) y, para el caso del libro que nos ocupa, un concienzudo estudioso de la vida y la obra del poeta oriolano universal. El mérito más destacado de la biografía que ha escrito sobre la figura de Miguel Hernández es, a nuestro entender, la voluntad de verdad rigurosamente sostenida, y servida al lector con claridad, honestidad y estilo narrativo. La biografía se lee como un relato mendoziano, sin la pimienta de la parodia que caracteriza al autor de La verdad sobre el caso Savolta.
Ferris consigue interesar al lector que se adentra por primera vez en los pormenores de la vida del poeta biografiado, sumergiéndole dentro de una Historia contemporánea de España declarada “oficialmente” sólo de interés para los historiadores de esa época, los cuarenta primeros años del siglo XX. La escritura de Ferris, sin embargo, entraña al lector, lo vuelve coinvestigador de una verdad que es la suya propia, de un tiempo del que él se puede sentir coétaneo, de una España que fue y no ha pasado. Desde cualquier punto de vista previo, el libro no le deja indiferente después de un rato de amena o aburrida lección. Estamos, por tanto, ante una obra de literatura, en el sentido pleno del término, y ante un ensayo científico.
Pues la voluntad de verdad no es sólo formal o literaria. Ferris ha escrito la biografía de Miguel Hernández desde su conocimiento de una bibliografía hernandiana que deja, pese a su gran relieve e interés, puntos oscuros, importantes lagunas en el conocimiento del poeta. Sobre todo, en los episodios relativos a sus años de cárcel y a los responsables de su indigna condena a muerte y su posterior condena a treinta años de presidio, y a la posibilidad de haber evitado o, al menos, humanizado el desenlace de la enfermedad y muerte de Miguel Hernández en la cárcel-Reformatorio de Adultos de Alicante, la investigación de Ferris es casi concluyente. En las páginas del libro se presentan los datos suficientes para acusar a la barbarie ilegal del franquismo, personificado en el responsable de la política penitenciaria del Régimen durante aquellos años de la inmediata posguerra, un hombre de apellido Cuervo (aquí, inteligencia, la palabra da el nombre exacto de la cosa), y a la falta de caridad cristiana del obispo Luis Almarcha (quien, luego, durante toda su vida fue designado directamente por el dictador Franco como procurador en Cortes, lo que demuestra su absoluta capacidad dentro del Régimen para haber obrado, en su momento, a favor o en contra de conseguir al menos una muerte digna al poeta o que éste viviera algunos años más, si hubiera mandado su traslado al sanatorio de Porta-Coeli, como solicitó la familia de Miguel Hernández).
Ferris se levanta en su libro sobre la autocensura y la tibieza de otros biógrafos anteriores de Miguel Hernández. Su voluntad de verdad acompaña su atrevimiento, su sapere aude sobre el poeta, que es, insistimos, también, una llamada al sapere aude sobre nuestra verdad como lectores.
Miguel Hernández es un caso excepcional en la literatura española. Su voz poética arranca de condiciones de origen muy precarias culturalmente, ya que no de la pobreza económica que no padecía la familia del poeta, como aclara el libro de Ferris. La casi totalidad de los escritores y poetas han pertenecido a una clase aristocrática, burguesa, o a una clase media intelectual y urbana. El origen sociocultural familiar de Miguel Hernández es distinto. Sólo hay algún menestral, en la literatura medieval. Refugiado en la poesía satírica, como en un género menor. Esto ocurre no sólo en España: en toda la literatura europea. Los grandes escritores pertenecen sociológicamente a la clase en el poder, en cada época -sea esa clase dominante la aristocracia y el clero, o la burguesía-; y aunque surjan de sus aledaños, y no estén en el centro económico. Para el caso de España, pensemos en la Generación del 98, y de forma más inmediata en la del 27. Machado, Unamuno, Baroja, etc, hijos de una clase media alta, culta. Lo mismo el 27, con el antecedente de Juan Ramón. Sin que sea un juicio de valor literario, sino una consideración descriptiva sociológicamente, la literatura, no sólo la española, en el siglo XIX y XX, la hizo la burguesía y los hijos de la burguesía, unas veces comprometida con la historia, otras a contrapelo, refugiándose en lo estético.
El esteticismo es la posición ideológica que adopta finalmente esta burguesía ante el comienzo del siglo XX. Ni siquiera la primera guerra mundial liquidó el esteticismo, hubo de llegar la primera gran crisis histórica del capitalismo, a finales de los años veinte del novecientos, para que empezara a removerse todo. Muchos de los hijos de esa burguesía adoptan una posición radical de izquierdas, de acuerdo con su talante humanista y liberal, ejemplo Machado y Juan Ramón, que fue quien mejor valoró al “estraordinario muchacho de Orihuela” . Cita Ferris (p.336) el artículo de Juan Ramón, “Verdad contra mentira, honradez contra venganza”, publicado en El sol (23 de febrero 1936) tras la publicación por Miguel Hernández en Revista de Occidente de “una loca elejía a la muerte de su Ramón Sijé y 6 sonetos desconcertantes”. Pero, ni siquiera Juan Ramón Jiménez llega a seguirlo en el desarrollo de su voz poética, tras la fecha del 18 julio del 36, que supuso para Miguel Hernández (véase el prólogo a su Teatro en la guerra) “el empujón definitivo” que le lleva a “esgrimir mi poesía en forma de arma”. (“Intuí, sentí venir contra mi vida, como un gran aire, la gran tragedia, la tremenda experiencia poética que se avecinaba, y me metí, pueblo adentro, más hondo de lo que estoy metido desde que me parieran, dispuesto a defenderlo firmemente”).
En una conferencia dictada por Juan Ramón en la Universidad de Puerto Rico, “El romance, río de la lengua española”, posterior a su exilio, echa en falta el poeta de Moguer la oportunidad perdida, para la poesía española, de haber producido un romancero “artístico” en la guerra de España. Miguel Hernández, según Juan Ramón, era, entre sus contemporáneos (la mayoría “señoritos” que jugaban a la guerra) quien estaba más dotado para esa tarea, que, sin embargo, no pudo realizar por su didactismo adquirido en sus contactos juveniles con los frailes. Populistas, falsamente populares, no estaban capacitados para hacer florecer el romancero - “Los poetas no tenían convencimiento de lo que decían. Eran señoritos, imitadores de guerrilleros, y paseaban sus rifles y sus pistolas de juguete por Madrid, vestidos con monos azules muy planchados. El único poeta, joven entonces, que peleó y escribió en el campo y en la cárcel, fue Miguel Hernández”. (cit. Ferris, p.448. Echamos en falta que Ferris no nos dé la cita completa de Juan Ramón Jiménez, que no hemos podido aún encontrar).
Si, de nuevo en el libro de Ferris, repasamos la primera carta del jovencísimo Miguel Hernández a Juan Ramón Jiménez (pp.111-2), al cual se dirige, antes de su primer viaje a Madrid, para presentarle sus primeros versos, y donde le dice al maestro de la poesía pura: “Usted, tan refinado, tan exquisito, cuando lea esto, ¿qué pensará? Odio la pobreza en que he nacido (... ) Particularmente por ser causa del estado inculto en que me hallo (...)”, nos podemos hacer una ligera idea de los distintos mundos que separaban a Miguel Hernández y a Juan Ramón Jiménez. Hasta en la manera de entender el romance.... en el poeta de Eternidades y en el autor de Viento del pueblo (lo “artístico”, en esta poética, es un medio de la literatura, no un fin, como lo es para la ideología burguesa, que desarma todo componente activo del arte. Desde el enmascaramiento de su propia ideología burguesa en la teoría del arte por el arte, un prejuicio de época sigue impregnando, como un lastre o una petición de principio, el valor y estatuto de la obra literaria. Una interpretación que se hace pasar por verdad estética dogmática. En vano parece que haya existido Nietzsche). (1)
En el índice onomástico de la biografía escrita por Ferris los nombres más citados nos dan pie para conocer los coprotagonistas de la biografía de Miguel Hernández. Son Josefina Manresa, la esposa; José Marín Gutiérrez (Ramon Sijé), el amigo de juventud; y a cierta distancia, los poetas Federico Garcia Lorca, Juan Ramón Jiménez, Pablo Neruda, Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, y el amigo protector José María de Cossío. En una tercera posición Luis Almarcha Hernández y Maruja Mallo.
Sería interesante seguir la vida de un poeta en relación con estos nombres y con la frecuencia de su aparición en el libro. Invitamos al lector a hacerlo. Pero, por encima de eso, como en toda biografía, lo que importa es presentar o sugerir la verdad propia del biografiado. En el caso de la biografía de un poeta, como es este caso -y como anuncia el título del libro de Ferris-, nos importan dos cosas: conocer si el biógrafo nos ilumina sobre la verdad de la obra y de la vida de Miguel Hernández. Para lo primero invito a leer el epígrafe “Naturaleza viva”, páginas.446-449. Para lo segundo, sobre la verdad del hombre, las palabras de Vicente Aleixandre en la página 559. Como aperitivo vaya esto: “A Miguel Hernández le correspondía -como ha señalado Francisco Umbral-, por casta, liberar a la poesía española de un entendimiento burgués, esteticista, del lenguaje (…). A Miguel Hernández le correspondía aplicar a nuestro idioma un nuevo entendimiento, una nueva valoración, ya no estética, ya no metafísica, sino de realidad inmediata, de comunicación con la vida” (pp. 447-8). “Tenía un corazón enorme, ciegamente generoso, latidor en su poesía entera y que se le trasparecía en los ojos, como en su poesía. El fuego de la vida estaba en su alma y era comprensivo para todo. Capaz de pasión, apasionado, capaz de esa desnudez del alma, de ese pálpito de la sangre a que llega el verdadero poeta, y que hace que todo lo humano sea comprendido (…). Era un alma libre que miraba con clara mirada a los hombres.” (Vicente Aleixandre, op. cit.Ferris, p. 559)
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