Resquicios
Ediciones Evohé, 2012
No hay nada más seguro para un hombre que su casa, esos metros edificados que nos cuestan treinta o cuarenta años de hipoteca y aún así, las nuevas generaciones insisten en caer en el matrimonio más estable e indivisible que existe.
La casa ofrece tanta seguridad que en las fechas previas a la lectura de esta novela, hemos podido leer y conocer- vosotros, desconocidos lectores de estos Acantilados, y yo- que algunas personas han preferido la muerte antes de verse desahuciados de su casa, claro que eso sabría explicarlo mucho mejor que yo uno de los personajes de la novela, Daniel, psicólogo, íntimo amigo, casi hermano, de Sergio, el otro protagonista.
Ambos han conocido la certeza de sus casas, con puerta acorazada o blindada, aún tengo mis dudas, incluido. Y, a pesar de estar puertas que pretenden mantenerles alrededor del diván o del sofá, respectivamente, han dejado abiertos unos resquicios- en forma de teléfono móvil y de papel bajo la puerta- que les han perturbado lo que ellos consideraban su bien merecida tranquilidad.
Mariano Zurdo define a estos dos personajes como Argentino, Psicólogo, Madurófilo, Motofóbico, en el caso del primero; y como Botellines, Engañabaldosas, Virgen a los 37, Rompebragas, en el caso del segundo, aunque ese último adjetivo no parece muy apropiado. Ambos se conocieron en la Universidad, uno ejerce su profesión y está bien considerado, el otro no, y cada día teme perder su trabajo.
Así, sus vidas, sobre todo en el caso de Sergio, les llevan y ellos se dejan llevar.
Por esos resquicios que hemos citado se cuelan Paula y Ainhoa. Ambas tras haber propuesto lo que podría haber sido juegos inocentes, no exentos de erotismo, y que remueven sus cimientos más que un terremoto de grado 7.
El juego de Ainhona viene de antiguo, de cuando él- y ella- eran jóvenes viviendo en casa de sus padres, porque pronto descubriremos que son hermanos (Daniel y Ainhoa) y han mantenido una relación tabú en nuestra sociedad.
El juego que Paula propone a Sergio es más reciente en el tiempo y, el último, el que debería ser el definitivo que debería llevarles a vivir juntos, tiene el efecto totalmente contrario...
Bueno, eso lo tendrá que decidir el lector o lectora, porque Mariano, psicólogo él y zurdo, nos lleva a un juego- ¡cómo no!- con, al menos, dos alternativas para concluir esta novela escrita en una prosa ágil, sin florituras, bien escrita, sencilla y que te invita a leer, a seguir leyendo, como he dicho en otras ocasiones, es como si caminases sin prisa por una calle con una leve cuesta descendente.
Francisco Javier Illán Vivas
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