En ese punto regresó a la realidad, tan fantástica, tan
inverosímil como aquel sueño de recuerdo. Se había enamorado, no hacía unos
días, no. Tenía sobrados momentos, para amar a Carmen desde un lejano ayer,
amarla ahora y seguir amándola en el mañana y, como había leído en Los
Puentes de Mádison, con esa seguridad que solo se presenta una vez en la
vida.
Miró el reloj. Las cinco y media. Pronto el Sr. Muelas tomaría
el relevo. ¡Era afortunado su compañero! Tenía la oportunidad, que seguramente
no apreciaría, de verla todas las mañanas, como ver el amanecer de cada nuevo
día. Pocas personas como él sabían agradecer a los eternos un nuevo día.
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